6/8/25 - Domingo de Pentecostés

Queridos hermanos y hermanas: 

Hoy celebramos la gran solemnidad de Pentecostés, el nacimiento de la Iglesia, el día en que el Espíritu Santo fue derramado sobre los apóstoles y se encendió la misión de Cristo en el mundo. Es un día de viento, fuego y lenguas: una interrupción divina que trae consigo una unidad también divina.El Evangelio nos lleva de nuevo a la tarde del Domingo de Pascua. Los apóstoles están encerrados por miedo. Han escuchado la noticia de la Resurrección, pero aún no han experimentado su poder. Están paralizados, inseguros sobre lo que viene después. Entonces Jesús se aparece y les dice: “La paz esté con ustedes.” Les muestra sus heridas—no para avergonzarlos o asustarlos, sino para confirmar que el amor ha triunfado sobre la muerte. Luego sopla sobre ellos y les dice: “Reciban el Espíritu Santo.” Ese soplo—ese Espíritu—no es simplemente aire. Es la vida nueva de Dios. El mismo Espíritu que se cernía sobre las aguas en la creación ahora entra en los corazones de los discípulos para recrear el mundo a través de ellos. Su miedo no desaparece, pero se transforma. Seguirán enfrentando persecución, rechazo e incluso el martirio. Pero ahora lo hacen con la valentía que nace del Espíritu.

¿Estamos nosotros encerrados por miedo? ¿Miedo al futuro, al sufrimiento, o a lo que la fe podría exigirnos? Pentecostés es la respuesta de Dios: el aliento de Cristo, que sopla nuevo valor en nuestros corazones. San Pablo nos recuerda que “a cada uno se le concede la manifestación del Espíritu para el bien común.” El Espíritu no viene solo a los sacerdotes o a los santos. Cada persona bautizada es templo del Espíritu Santo. Esto significa que tú—sí, tú—tienes un don espiritual. Puede que no sea ruidoso ni llamativo. Tal vez esté escondido en actos de paciencia, generosidad, escucha o sabiduría. Pero es real. Y es necesario.

La Iglesia no es uniforme, sino unida. Hay diversidad de dones—lenguas y profecía, enseñanza y sanación, administración y servicio—pero un solo Espíritu. Pentecostés no borra las diferencias; las transfigura en armonía. ¿Qué don ha plantado el Espíritu en ti? ¿Y cómo se está quedando atrás la Iglesia porque ese don aún no se ha usado? La lectura de los Hechos de los Apóstoles es impactante: viento, fuego y un milagro de palabras. Los apóstoles salen a las calles de Jerusalén y proclaman las maravillas de Dios—no en un solo idioma, sino en muchos. Y la gente se asombra: “Cada uno los oía hablar en su propia lengua.”

 

El Espíritu no borra las culturas; las habita. El Evangelio no está atado al hebreo, al griego ni al latín. Se traduce una y otra vez en los corazones de cada nación, pueblo y lengua. Dios habla tu idioma. En un mundo fracturado por la incomprensión, la división y el tribalismo, Pentecostés revela una nueva humanidad, donde el lenguaje ya no separa, sino que une. Pentecostés no es solo un evento—es una misión. El mismo Espíritu que descendió sobre María y los apóstoles nos ha sido dado a nosotros en el Bautismo y la Confirmación. Si pensamos en el Espíritu solo como una paloma suave, olvidamos que también viene como viento y fuego. Él viene a sacudirnos de la apatía, a quemar nuestro egoísmo y a enviarnos al mundo.

 

Abramos de nuevo nuestros corazones: Donde hay miedo, que el Espíritu traiga paz. Donde hay silencio, que el Espíritu traiga testimonio. Donde hay división, que el Espíritu traiga comunión. Donde hay cansancio, que el Espíritu traiga fuerza.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Ven, Espíritu Santo, y renueva la faz de la tierra—empezando por nosotros. ¡Que Dios los bendiga siempre! 

P. Stan