14 de diciembre de 2025 - Tercera Domingo de Adviento

Quieridos hermanos y hermanas en Cristo: 

Hoy la Iglesia celebra el Tercer Domingo de Adviento, tradicionalmente conocido como Domingo de Gaudete —del latín gaudete, que significa “alégrense”. Se enciende la vela rosa y el tono de la liturgia se eleva al pasar de una espera paciente a una anticipación gozosa. La Navidad se acerca, y las lecturas nos invitan a reconocer los signos de la cercanía de Dios.

En la primera lectura, Isaías 35 presenta una imagen de transformación extraordinaria: los desiertos florecen, los débiles se fortalecen y los temerosos reciben ánimo. El profeta nos exhorta: “¡Sean fuertes, no teman!” Dios viene—no con destrucción, sino con sanación, restauración y alegría. El Adviento nos invita a buscar estos silenciosos brotes de gracia en los “desiertos” de nuestra propia vida.

El Evangelio de Mateo 11 muestra a Juan el Bautista —ahora encarcelado— enviando discípulos a preguntar a Jesús: “¿Eres tú el que ha de venir?” Jesús no responde con un título, sino con evidencia: los ciegos ven, los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen y los pobres reciben la Buena Nueva. El Reino de Dios no llega con estridencia, sino con misericordia, sanación y esperanza. Este es el Mesías que Juan anunció—aunque no exactamente como él lo esperaba. Como Juan, a veces nosotros también luchamos con el tiempo de Dios o nos preguntamos por qué los caminos del Señor difieren de nuestras expectativas. Pero Jesús nos invita a mirar de nuevo—a notar las formas en que la gracia ya está brotando a nuestro alrededor: un aliento silencioso, una bondad inesperada, un perdón ofrecido o recibido, una sanación que comienza donde pensábamos que no era posible.

En la segunda lectura, Santiago nos exhorta: “Sean pacientes… hasta la venida del Señor.” La paciencia del Adviento no es una espera pasiva; es una postura activa y llena de esperanza. Es la paciencia de un agricultor que cuida la tierra, confiando en que el crecimiento avanza aunque no se vea. Al entrar en este alegre punto medio del Adviento, que nuestros corazones se abran a los signos de la presencia de Cristo. Alegrémonos—no porque todo sea perfecto, sino porque Dios actúa fielmente en nuestro mundo y en nuestras vidas. ¡Gaudete! ¡Alégrense! El Señor está cerca.

¡Que Dios los bendiga siempre!

P. Stan