25 de diciembre de 2025 - Navidad - Sagrada Familia
¡Queridos hermanos y hermanas! ¡Una Navidad bendecida y llena de alegría para todos!!!
En nombre de nuestros sacerdotes y del personal parroquial, les extiendo a ustedes y a sus seres queridos mis más sinceros deseos de Navidad. Que esta santa temporada llene sus hogares de paz, sus corazones de esperanza y sus vidas de la serena alegría que nace de saber que Dios está con nosotros. ¡Feliz Navidad!
Hoy celebramos el gran misterio que está en el corazón de nuestra fe: el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. La Navidad proclama que Dios no es distante ni ajeno a nuestra experiencia humana. Él entra plenamente en ella. Viene como un niño—frágil, dependiente y confiado al amor humano. El pesebre nos revela quién es Dios y cómo actúa. No se impone al mundo. Espera ser acogido. Nace en la sencillez, rodeado no de privilegios, sino de fe. En Jesús, Dios abraza nuestras alegrías y luchas, nuestras esperanzas y nuestras heridas. La Navidad habla directamente a nuestras vidas hoy. Muchos corazones se alegran; otros sufren. Algunos se reúnen con su familia; otros sienten la ausencia o la pérdida. La buena noticia de la Navidad es que Dios entra en todo ello. Ninguna oscuridad es demasiado profunda, ninguna situación demasiado rota, ningún corazón demasiado cansado para su luz.
El Evangelio del Día de Navidad no comienza en el pesebre, sino en la eternidad: “En el principio existía el Verbo”. San Juan nos recuerda que el niño acostado en el pesebre es el Dios eterno por quien todo fue creado. Y, sin embargo, este mismo Dios elige la humildad antes que el poder, la cercanía antes que el control, el amor antes que el miedo. Al celebrar este día sagrado, somos invitados a recibir a Cristo de nuevo—no solo en esta iglesia, sino en nuestra vida diaria: acogiéndolo en la bondad ofrecida, en el perdón compartido, en la generosidad practicada y en el amor renovado.
Acabamos de arrodillarnos ante el pesebre, contemplando el misterio de Dios hecho carne—tan pequeño, tan vulnerable, tan cercano. No vino como un gobernante poderoso, sino como un niño nacido en una familia. En el Domingo de la Sagrada Familia reflexionamos sobre la familia en la que Jesús creció—María, José y Jesús—y descubrimos cómo es la Navidad cuando se vive día a día. El Evangelio nos presenta la Huida a Egipto. No es una escena navideña tranquila, sino un momento de miedo y urgencia. José se levanta en la noche, confiando en la advertencia de Dios y conduciendo a su familia a un lugar seguro. María lo sigue con silencioso valor. Jesús, aún niño, se convierte en refugiado. Desde el principio, la luz de la Navidad brilla en la oscuridad de un mundo herido.
La Sagrada Familia nos recuerda que la santidad no significa una vida sin dificultades. Su amor es puesto a prueba por la incertidumbre, el peligro y el sacrificio—y, sin embargo, Dios está presente en cada paso. José nos enseña la obediencia atenta y la responsabilidad constante. María nos muestra un amor que confía incluso cuando las respuestas no son claras. Y Jesús santifica la vida familiar ordinaria simplemente al crecer en ella. Esta fiesta habla con fuerza a nuestras propias familias. Muchos hogares cargan luchas, imperfecciones o heridas. La Sagrada Familia nos asegura que Dios no espera familias perfectas. Él elige habitar en hogares donde el amor es probado, la fe se vive en silencio y la confianza se renueva cada día. Mientras continuamos celebrando la Navidad, que la Sagrada Familia nos ayude a acoger a Cristo no solo en nuestras iglesias, sino también en nuestros hogares—donde la santidad comienza, con cada acto fiel de amor.
¡Que Dios bendiga siempre a todos!
P. Stan














