7 de diciembre de 2025 - Segundo Domingo de Adviento

Quieridos hermanos y hermanas en Cristo: 

Al entrar en el Segundo Domingo de Adviento, las Escrituras nos invitan a adoptar una actitud más profunda de esperanza y conversión. Hoy encontramos a Juan el Bautista, esa figura valiente e intransigente que clama en el desierto: “¡Arrepiéntanse, porque el Reino de los Cielos está cerca!” (Mt 3,2). Su mensaje no pretende infundir miedo, sino despertar los corazones. El Adviento no se trata simplemente de prepararnos para las festividades navideñas; es un tiempo de preparación espiritual. Cristo viene no solo a Belén, sino a cada corazón dispuesto a recibirlo.

El profeta Isaías ofrece una visión del Mesías distinta de cualquier gobernante terrenal: un brote que surge del tronco de Jesé, lleno del Espíritu de sabiduría, entendimiento, consejo y fortaleza (Is 11,1–10). Este Prometido trae armonía, justicia y paz—tan plenas que incluso los enemigos naturales conviven sin temor. La visión de Isaías nos recuerda que la esperanza de Adviento no es un deseo ingenuo, sino una confianza firme en que Dios actúa, aun cuando el mundo parece un tronco reseco.

San Pablo refuerza esta esperanza animando a la comunidad cristiana a “acogerlos unos a otros como Cristo los acogió a ustedes” (Rom 15,7). La unidad, la paciencia y el consuelo no son virtudes opcionales; son los frutos de un pueblo que sabe que Dios cumple sus promesas.

En esta segunda semana de Adviento encendemos la vela de la Paz. Sin embargo, la verdadera paz comienza con la conversión—con apartarnos de todo aquello que endurece el corazón y con abrirnos nuevamente a la gracia transformadora de Dios. Juan el Bautista nos recuerda que preparar el camino del Señor es una tarea activa. Puede significar reparar una relación, hacer espacio para la oración, simplificar nuestras vidas o abandonar hábitos que no reflejan el Reino de Dios.

A medida que continuamos nuestro camino de Adviento, pidamos la gracia de escuchar la voz que clama en nuestro propio desierto. Que respondamos con valentía, humildad y esperanza, preparando nuestros corazones para que Cristo encuentre en nosotros un lugar digno de su paz. No solo estemos listos para recibirla, sino también para ofrecerla a los demás. Ven, Señor Jesús.

Este fin de semana celebramos a la Santísima Madre venerada en Paraguay bajo la advocación de Nuestra Señora de Caacupé. Que la Virgen Inmaculada, Patrona de la Iglesia en los Estados Unidos de América, interceda por la Iglesia en ambas Américas, para que crezcamos en la fe, la esperanza y el amor a Dios y al prójimo, mientras nos alimentamos del tierno cuidado que Dios ha mostrado a todos los pueblos en el ejemplo de la Santísima Madre. Que el pueblo del Paraguay y de las Américas se enriquezcan con la devoción y el reconocimiento de su amor maternal en medio de cada familia.

¡Que Dios los bendiga siempre!

P. Stan